2016, el año en el que emigré

Rafa Pagés
3 min readDec 31, 2016

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Hace dos meses emigré. No es la primera vez que vivo fuera de España pero sí es la primera en la que no tengo billete de vuelta. A partir de ahora podéis contabilizarme entre los jóvenes super formados que salen del país a buscarse la vida (si es que mis recién cumplidos veintidiez años me permiten todavía considerarme joven). No me malinterpretéis, ha sido una decisión relativamente sencilla: un puesto en una universidad prestigiosa y bajo la dirección de un investigador de renombre, ¿cómo iba a decir que no? Con el doctorado recién acabado y casi sin opciones de seguir mi carrera investigadora en España, era una oportunidad de oro. Y tras dos meses, no puedo estar más contento de haber tomado la decisión.

España no es país para científicos

Pero no nos engañemos, si España fuera un país en el que se potenciasen la ciencia y la innovación, probablemente no me habría ido a buscar un futuro lejos de mi familia y amigos. No, no me marcho del país porque tenga un “impulso aventurero”, tal y como dijo la secretaria general de Inmigración y Emigración; o porque irse fuera “enriquezca y abra la mente”, según las palabras del ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación. Me voy porque quiero continuar mi carrera científica, y España no es país para científicos. Y la principal muestra es que aunque el PIB de España haya crecido, la inversión en ciencia e innovación sigue bajando sin control.

La ciencia en España ha sido constantemente ninguneada por nuestros políticos, enterrando a los investigadores en burocracia y retirando financiación sin piedad. Hoy en día tenemos a los grupos de investigación dedicando más tiempo a buscar financiación que a investigar, y eso es un círculo vicioso del que difícilmente se puede salir. Las universidades están completamente maniatadas y son incapaces de atraer el talento, ya sea nacional o internacional, que las haga estar en la élite mundial. Los investigadores que aun así apuestan por nuestro país, se ven abocados a la precariedad laboral enlazando un contrato temporal tras otro. ¿Cómo vamos a competir así?

Podríamos pensar que la culpa la tienen las propias universidades por ser incapaces de transmitir conocimientos debidamente, pero esto no es cierto. El nivel académico de nuestras universidades es alto, y tanto los científicos como el resto de profesionales formados aquí tienen gran valor fuera de nuestras fronteras. Un claro ejemplo es que hay un investigador español entre los 10 científicos más importantes del año según la revista Nature, por supuesto, trabajando fuera de España.

Y lo que más me desanima es la poca concienciación social de este problema. Siendo la población española una de las más tecnológicamente adaptadas, en la que la penetración de muchos productos tecnológicos es altísima, es especialmente sorprendente la pasividad con la que miramos a la innovación. Es como si no fuéramos conscientes de que detrás del nuevo smartphone de turno hay centenares de científicos acercando la tecnología a la ciencia ficción. Es como si no nos diésemos cuenta de que cada pequeña innovación en algo tan cotidiano como un teléfono, reporta grandes beneficios a multitud de empresas que apostaron por el I+D y, por consiguiente, a los países en los que se encuentran. La innovación y la ciencia son claramente el motor económico del futuro, y como no nos subamos a ese tren, es probable que nos quedemos como un país de ladrillo y chiringuito para siempre.

Es una pena que estemos formando a tanta gente para que luego no podamos percibir retorno alguno de esta inversión. Ni siquiera nos aprovechamos de sus años de “aventureros” poniéndoles facilidades para volver.

¿Volveré? El tiempo dirá, pero por ahora podéis venir a visitarme a Dublín :).

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Rafa Pagés

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